Wednesday, November 29, 2006

COMENTARIOS A DOS TEXTOS DE CERVANTES

COMENTARIOS A DOS TEXTOS DE CERVANTES

El primer pasaje son párrafos del “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra (Editorial: Edicomunicación, S.A., 1990, Barcelona, ISBN: 84772-276-1)

1.- “… Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.” (Capitulo I, pag. 24)

2.- “Y, en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin extenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han criado.
-¡Ta, ta! -dijo Sancho-. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?
-Ésa es -dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el universo (…)

3.- “Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; (…) yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina.” (Capitulo XXV Pag. 160 y 161)

3.- “Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser.” (Capitulo XXX Pag. 203)

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Segundo pasaje tomado de la novela de Cervantes, “La Gitanilla” (Texto electrónico de Librodot.com, pag. 21):

Y Preciosa dijo:

-Yo, señor caballero, aunque soy gitana pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva. A mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas; y, aunque de quince años (que, según la cuenta de mi abuela, para este San Miguel los haré), soy ya vieja en los pensamientos y alcanzo más de aquello que mi edad promete, más por mi buen natural que por la experiencia. Pero, con lo uno o con lo otro, sé que las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a la voluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres. Si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba. Este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo y de muchas obras dudo.

Una sola joya tengo, que la estimo en más que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender a precio de promesas ni dádivas, porque, en fin, será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima; ni me la han de llevar trazas ni embelecos: antes pienso irme con ella a la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro que quimeras y fantasías soñadas la embistan o manoseen. Flor es la de la virginidad que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse.

Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Éste la toca, aquél la huele, el otro la deshoja, y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace. Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo, que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen.

Si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra, pero han de preceder muchas condiciones y averiguaciones primero. Primero tengo de saber si sois el que decís; luego, hallando esta verdad, habéis de dejar la casa de vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos; y, tomando el traje de gitano, habéis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía; al cabo del cual, si vos os contentáredes de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero hasta entonces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra humilde en serviros. Y habéis de considerar que en el tiempo deste noviciado podría ser que cobrásedes la vista, que ahora debéis de tener perdida, o, por lo menos, turbada, y viésedes que os convenía huir de lo que ahora seguís con tanto ahínco. Y, cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdona cualquier culpa. Si con estas condiciones queréis entrar a ser soldado de nuestra milicia, en vuestra mano está, pues, faltando alguna dellas, no habéis de tocar un dedo de la mía.

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COMENTARIOS A DOS TEXTOS DE CERVANTES
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INTRODUCION

Tenía a varios autores en mente, pero en honor a los cuatrocientos años del Quijote, me decidí por Cervantes, para escoger estos dos pasajes. En ellos, los dos personajes protagonistas, curiosamente, aunque muy diferentes, se contrastan y se complementan, al mostrarnos, por un lado un “idealismo irreal” de parte de un cincuentón casto y soltero que no ha conocido mujer, y por otro lado, un “realismo acertado” de una joven adolescente sobre las condiciones necesarias para establecer una verdadera unión amorosa.

Con la elección de este primer pasaje, mi intención es mostrar como en el amor “platónico”, idealizado e irreal (aunque fuerte y transformador) de Don Quijote o Alonso Quijano (según esté en sus cabales) se da un ejemplo claro de defecto y de ausencia del concepto de tridimensionalidad que debe tener la auténtica unión amorosa. Además en este caso, solo se queda en lo utópico, lo fantasioso e imaginativo, sin ni siquiera dirigirse a realizar o constituir tal unión amorosa.

En el segundo pasaje, mi intención es mostrar como en los conceptos vertidos en “La Gitanilla” su protagonista, PRECIOSA (nombre acertadísimo, dada su belleza externa e interna) hay un ejemplo claro o manifestación, de la presencia del concepto de conyugalidad que debe tener la unión amorosa, unión a la que ella aspira, y por eso acertadamente exige la seriedad y las condiciones, de su pretendiente Don Juan (nombre acertadísimo también porque se comporta castamente y restaura así el mal nombre del “Don Juan” rompecorazones) que son necesarias para establecer un verdadero matrimonio.

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PRIMER PASAJE:
LA AUSENCIA DEL “NOSOTROS” Y DE LA TRIDIMENSIONALIDAD DE LA UNION AMOROSA

“Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años”- A esa edad, Alonso Quijano, es lo que hoy llamaríamos un solterón. En esa etapa de su vida, se decide a vivir aventuras caballerescas, se transfigura en Don Quijote y elige a Dulcinea del Toboso como la “señora de sus pensamientos”. Ella es alguien de quien estuvo enamorado, una moza labradora “hermosa y honesta”, aunque, como nos dice el relato, ella no se dio cuenta de ello. Se trata, dentro de su fantasía, de reiniciar e idealizar un proyecto de amor que nunca comenzó, y que el propio Don Quijote nos dice ocurrió como mínimo doce años atrás. A pesar de eso, Dulcinea, “merece ser señora de todo el universo” a quien dedica todas sus hazañas, logros y aventuras. Es su guía, su protectora y su razón de ser: “Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser” (Capitulo XXX, Pag. 203) En este sentido, este amor es puro, altruista, generoso, incondicional y transformador, pero solo afecta a Don Quijote. Es una pena que no pase a las fases siguientes…

Alonso Quijano posiblemente vivió ensimismado en sus amores subjetivos sin dar a conocer dichos sentimientos a la persona amada, quizá debido a una fuerte timidez, o alguna otra limitación o carencia de su carácter. Fue incapaz de propiciar un encuentro con la mujer amada para comunicarle personalmente sus sentimientos. Si no se atrevía a establecer una simple relación de diálogo, mucho menos daría los primeros pasos para propiciar una relación amorosa.

Ahora, Don Quijote, en medio de la penitencia en las aventuras de Sierra Morena (Capitulo XXV), llega a un punto, en el que busca la correspondencia del sentimiento por parte de la persona amada. No le basta ya querer en su fantasía a Dulcinea, ahora quiere que Dulcinea le ame, necesita, como es natural, la reciprocidad. La carta a Dulcinea demuestra este paso, que obliga a nuestro caballero a concretar y a personalizar su amor. Se impone de nuevo la figura de Aldonza para sorpresa y para risa de Sancho. Ya no es suficiente proclamar su utópico amor, como en los primeros episodios de su aventura caballeresca, tampoco se conforma con individualizar su amor platónico y dar a conocer sus sentimientos por medio de una retórica y poética carta, ahora asume una decisión extrema: presentarse cara a cara y confesar abiertamente y en persona sus sentimientos a la persona amada. Con este acto de valentía, parecería que Don Quijote se halla en el camino correcto del triunfo de superar sus limitaciones emocionales. En teoría, podría empezar una nueva vida en compañía de la mujer amada, pero desafortunadamente en toda la novela eso nunca se materializa.

Este es un ejemplo que nos enseña el amor como el mundo que ha abierto sólo el amante, únicamente él es el inmediato y directo protagonista del fenómeno que padece. Solamente él puede sentir sus sentimientos y a duras penas expresar eso tan inefable que le pasa. Sin duda que este es un componente necesario, pero sólo un inicio, no lo más fundamental.

Este es el “enamorado” de novela (el de los boleros), utópico, platónico que no llega siquiera a saber si es realmente correspondido, por no expresar su amor cara a cara, en forma directa y concreta a la persona real de carne y hueso que se supone amar. Esa persona real de carne y hueso es distinta de esa súper-idealizada e imaginada dama, que como dice Don Quijote la pinto “en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad…”; justificándose: “¿Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebran y celebraron?” (lo mismo diríamos hoy de un buen numero de personajes creados en Hollywood para las pantallas y el consumo popular)

Por eso, este amor carece de la dinámica propia que le conduciría al amor esponsal mutuo de don-acogida-don. Porque el amor es una dinámica don-acogida-don con finalidad unitiva. Si no hay relación no hay, en rigor, todavía amor. El amante desconocido es, a lo máximo, un movimiento de don o, más propiamente, un intento. Pero el don no acaba de ser don sin su adecuada acogida. Hay una ausencia clara de ese movimiento, que lleva a la unión, que luego naturalmente va avanzando y tiene muchos y progresivos grados de cohesión y profundidad, y que en la vida corriente del amarse, esa dinámica de don-acogida-don genera múltiples y variadas interacciones.

Falta en este caso, la relación fluida del dar y el recibir:

La dinámica del don-acogida-don, que supone entregar lo mío para que sea tuyo (el don) y aquel aceptar como mío aquello tuyo (la acogida) y aquel corresponder con algo mío que quiero que sea tuyo (la acogida que corresponde incorporando un nuevo don).

Una dinámica que entrelaza o vincula no sólo el recíproco obrar sino el mutuo ser varón y mujer. El que acoge realmente nuestro amor, nos deja entrar realmente en su vida y, por ello, le cambiamos la vida. El amor enriquece al que da y al que acoge. La dinámica amorosa conyugal lleva a la unión, a la constitución transformadora que ocurre entre los dos, en coidentidad biográfica.

Este entrelazamiento es un vínculo real entre los amantes. La vinculación es profundamente íntima, pues es su propio ser lo que ambos se dan y se acogen y se corresponden, quedando entrelazados ellos mismos, es decir, vinculados en la intimidad. Varón y mujer en la dinámica del amor conyugal son igualmente don y son aceptación y son correspondencia, son ellos mismos “lo” que se entrelaza. El co-ser del nosotros tiene naturaleza tridimensional, en la dinámica de su entrelazamiento de don-acogida-don, y de las tres dimensiones simultáneas del entrelazamiento unitivo y de la correspondencia.

En el amor de don Quijote, obviamente hay una ausencia completa de este primer aspecto de la TRIDIMENSIONALIDAD en cuanto entrelazamiento del don-aceptación-don, y en sus tres grandes movimientos básicos, que presentan tres escenas que son tres grados de unión:

“La primera escena y grado contempla al amante (un varón o una mujer) en cuanto se ofrece como don. La segunda escena y grado contempla a los amantes, este varón y esta mujer, en cuanto entrelazados en el acontecer de su recíproca dinámica don-acogida-don. La tercera escena y grado contempla la dinámica de entrelazamiento mutuo don-acogida-don constituida por este varón y esta mujer en su forma exclusiva, biográfica y fecunda de co-ser.”

Las tres escenas -el yo, la pareja del yo y el tú, y el co-ser unión, que forma el “nosotros”. Por eso el matrimonio no es cosa de dos, es cosa de tres. Es lo que le da la estabilidad, como a la silla que no es estable en dos patas, necesita como mínimo tres para ser estable, y luego cuatro (cuando aparecen los hijos).

En definitiva, amar es esa estructura (de común-unión) de co-ser unión y la dinámica de fundarla y, luego, conservarla, mantenerla, acrecerla y si se debilita o desvía, poder restaurarla.

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SEGUNDO PASAJE:
PRECIOSA, EXIGE EL CONCEPTO DE CONYUGALIDAD PARA SU UNION AMOROSA


En este pasaje, tenemos un bella y extraordinaria intervención de la audaz y precoz gitanilla, de nombre Preciosa, que consigue expresar con claridad los términos y las condiciones que quiere imponer a su pretendiente Don Juan para que ambos puedan dirigirse en forma segura al establecimiento de un verdadero vínculo conyugal. A pesar de las diferentes retóricas y actitudes de los hombres gitanos, o de los nobles de esa época (tales como los padres de Preciosa y la familia de don Juan), quienes generalmente tratan a sus mujeres jóvenes como piezas negociables en el mercado del matrimonio, Preciosa nos sorprende, con su elocuencia y la acertada forma de ver en profundidad la esencia de lo que constituye la conyugalidad, así como los pasos concretos que se necesitan para prepararse bien y garantizar el éxito en alcanzarla.

Preciosa en su discurso reconoce la conyugalidad, que determina el objeto específico del amor conyugal. La unión entre las personas del varón y de la mujer a propósito de la copertenencia de sus cuerpos y su constitución (en el consentimiento matrimonial) en "cuerpos conjuntados, bien común de los esposos, o una caro", y que lo distingue en esa copertenencia de los cuerpos del resto de otros amores familiares humanos; por tener el componente sexual (a diferencia de otros amores, paternal, filial, fraternal, éste está diseñado y destinado para unir a “dos en una sola carne”)

Muy firme en su determinación de conseguir un amor conyugal auténtico, Preciosa es cautelosa, no se permite cometer una equivocación en algo tan esencial que marcará su vida y su destino, no quiere entregarse y luego verse traicionada, poniéndose en guardia contra unas relaciones prematrimoniales, advirtiendo que “las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a la voluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres.”

Por eso, quiere evitar el ser usada y abandonada, porque advierte ese potencial peligro del seductor que “si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba.” Por ello, Preciosa quiere actuar con prudencia: “Este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo y de muchas obras dudo”; afina así su discernimiento para poder ver las motivaciones reales detrás de las palabras y las acciones, sin dejarse impresionar: “A mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas...”

Preciosa, correctamente intuye que si se entrega, esa entrega debe ser mutua y en forma plena, total y completa (en su conyugalidad), sin limite de tiempo (permanente) e incondicional. Reconoce un principio esencial, que el amor determina el derecho de propiedad o la pertenencia; y que en la reciproca donación personal hay una “recíproca pertenencia”, un lazo o alianza estable e irrevocable, perpetua y exclusiva, que une a los esposos. Por tanto, como vemos a continuación, ella sabe valorarse y decide firmemente (es como dice un asunto de vida o muerte) que no hay otra alternativa aceptable para ella que la verdadera conyugalidad del matrimonio:

“Una sola joya tengo, que la estimo en más que a la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender a precio de promesas ni dádivas, porque, en fin, será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima; ni me la han de llevar trazas ni embelecos: antes pienso irme con ella a la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro que quimeras y fantasías soñadas la embistan o manoseen. Flor es la de la virginidad que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse.

Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Éste la toca, aquél la huele, el otro la deshoja, y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace. Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo, que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen.”

Con esta doble valoración tanto de su persona como del vínculo, Preciosa, nos enseña a todos esa verdad trascendente de que cada persona es una realidad inabarcable, incognoscible, irrepetible, insustituible, única y con una dignidad irrenunciable; y que por eso las personas no son comparables (como las cosas, que se pueden comprar o vender) y son un fin en si mismas y no un medio. Cada persona tiene originalmente un valor divino, único y eterno.

Por todo ello, Preciosa se empeña en fijar las condiciones y además encauzar la conducta de su futuro esposo. Es interesante en este sentido ver cómo exige unas pruebas de autenticidad con respecto a la identidad y la veracidad de su pretendiente: “tengo de saber si sois el que decís” y si hará lo que promete. La palabra sometida a pruebas, para saber si las promesas de don Juan son honestas, y si su palabra vale como oro.

Pues ambos, tanto don Juan como Preciosa, como muestra la novela, se precian de ser verdaderos: “en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento…” - dice don Juan, y luego más adelante añade: “La palabra que yo doy en el campo, la cumpliré en la ciudad o en adonde quiera, sin serme pedida, pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso”

Sobre este fundamento de la verdad y honestidad de sus personas, Preciosa prepara su plan estratégico que le conducirá a su anhelo de un verdadero matrimonio. En esta estrategia se deben probar con los hechos, los pensamientos y palabras, por medio de condiciones concretas y estrictas que no admiten componendas: “en vuestra mano está, pues, faltando alguna dellas, no habéis de tocar un dedo de la mía.”

Esta reflexión, me motivó a elaborar, teniendo en cuenta los elementos estudiados hasta ahora sobre la conyugalidad, una definición propia de MATRIMONIO:

Por designio del Creador, y por ser el mismo propósito de la creación, el matrimonio es una comunidad de amor y vida, una alianza permanente e irrevocable, una unidad indisoluble, una “reciproca pertenencia” establecida entre UN sólo HOMBRE y una sola MUJER, con pleno consentimiento libre y voluntario de mutua aceptación, para celebrar su común-unión íntima, entrañable y sagrada de AMOR CONYUGAL en forma exclusiva y con fidelidad absoluta, para su propio bien y perfeccionamiento mutuo, la procreación y la educación de los hijos, y por ende el beneficio de la totalidad de la humanidad, y del Cielo y la Tierra.

El verdadero amor conyugal crea el vínculo de naturaleza humana más profundo e íntimo, la mayor y más firme unidad de cuantas pueden darse, aquella que empuja a dejar a “padre y madre, para llegar a ser una sola carne”, por lo que si la rotura de cualquier unidad de amor es dolorosa, ésta lo es en grado extremo debido a la co-pertenencia e intimidad compartida (dolorosa como separar uña y carne); justificándose, por lo tanto, los temores de Preciosa, así como las estrictas preparaciones que tal unidad, voluntariamente ella impone y exige.

Aquí podemos hacer un inciso, para aclarar y delimitar las diferencias entre el amor conyugal y los amores consanguíneos, porque siendo unos y otros amores familiares pueden llamarse entre sí “los míos”, por cierta participación en su corporeidad, que les hace ser “hueso de sus huesos y carne de su carne”, pero esos lazos son distintos:

Utilizaremos dos expresiones para subrayar esta diferencia: el provenir de la misma carne, para la consanguinidad, y el constituirse libremente en carne propia, para la conyugalidad…Los cónyuges, desde su autoposesión y gracias a ella, pueden darse y acogerse entre sí el cuerpo propio como cuerpo o carne propia en común… Los consanguíneos directos, por ser originariamente de la misma carne, no pueden ser al mismo tiempo entre sí carne propia.

Los padres y los hijos no se eligen, los cónyuges sí. Distinción entre el originarse de la misma carne y el constituirse en carne propia.

En una verdadera unidad matrimonial, esa INDISOLUBLE UNIDAD es intrínseca y surge naturalmente del corazón de los esposos, quienes estarían dispuestos a dar la vida por preservarla. Por eso se prolonga y perdura indefinidamente en el tiempo. Este es el significado detrás de la expresión idealizada por los poetas, escritores, cantantes y otros, como "amor eterno".

Esta abnegación a favor del ser y la vida de la unión, engendra en los cónyuges un cierto espíritu común, un PROPOSITO COMUN, un destino común, algo que va más de la unión de los cuerpos, las propiedades y los hijos en común, es la unión de las almas (como dirían los clásicos medievales), un nuevo y más profundo plano de la correspondencia y de la corresponsabilidad, de quienes son unión de amor y alcanzan aquel punto de unión en las almas. Siempre se estarían reviviendo, reafirmando y renovando por medio de la convivencia y sobre todo en el acto íntimo del amor conyugal, que se impregnaría de una dimensión mística y sagrada, tridimensional entre el marido y la esposa con Dios para disfrutar y expresar el amor eterno con el que El originalmente nos diseñó. Ontológicamente diseñados el uno para el otro.

Cada acto conyugal es, en cierto sentido, una renovación del pacto conyugal que en el consentimiento de los esposos fundó la familia. También representa al Adán y a la Eva originarias, antes del pecado, que fundan el matrimonio como la primera institución que Dios creó en el Edén (palabra que curiosamente en hebreo significa delicia o felicidad). El matrimonio es en sí mismo el cumplimiento del propósito de la creación, en el cual, varón y mujer forman la imagen de Dios, al reflejar plenamente Su naturaleza como pareja destinados a ese Edén o “reino del amor verdadero y la felicidad perdurable” que debería darse en el matrimonio y la familia.

La alegría de ese reino comienza y perdura con el verdadero amor conyugal en un matrimonio bendecido por Dios, como debería de haberse dado en los “orígenes” de no haber ocurrido “la caída en el pecado”. Sería el momento cumbre de consumación para ambos: el varón y la mujer, así como también para Dios. Es ahí donde se manifiesta la alegría de la creación. Ese es el comienzo de la felicidad y la esperanza, y por eso, debemos recuperar, restaurar y lograr ese ideal eterno e incambiable de Dios. Esa es la vida que Dios concibió para cada hombre y mujer aquí en la tierra y en el mundo espiritual eterno.

Desde este punto de vista, aunque el vínculo de justicia establecido por los cónyuges, como sabemos es temporal y obviamente termina con la muerte, el destino eterno de la relación conyugal puede ser contemplada incluso desde una perspectiva trascendente, pues “el obrar sigue al ser” y como somos seres eternos, es lógico que los esposos desearían realizar el mayor deseo de sus corazones, es decir, la aspiración de encontrarse en el más allá, donde el amor no conoce ocaso. Si se me permite especular, es probable que las relaciones familiares serán allí profundamente transformadas, y sobre esto se cierne mucho silencio y misterio. Este para mi es un tema fascinante, todavía poco estudiado, pero que me interesa mucho, sobre todo después de familiarizarme con algunas de las obras del científico y místico sueco Emmanuel Swedenborg sobre el “amor conyugal”, insertos en su extensa obra de 30 volúmenes (escritos originalmente en latín). La más específica sobre ese tema es la publicada en 1768, titulada, “Las Sabias Delicias del Amor Conyugal; y después sigue los Insanos Placeres del Amor Prohibido” – (Delitiæ Sapientiæ de Amore Conjugiali; post quas sequuntur Voloptates Insaniæ de Amore Scortatorio ab Emanuele Swedenborg, Sueco - Amstelodami MDCCLXVIII )

El estímulo y realización definitivos de los hombres y las mujeres son los del amor verdadero, no existe nada mejor. Es como el ancla de la vida. Cuando el amor de marido y esposa se consuma en este nivel tan sagrado, Dios está viviendo con ellos en todo momento. Una vez anclados en el corazón de Dios, el marido y la mujer pueden sentirse satisfechos y realizados para siempre.

Esto curaría nuestra soledad originaria. Aún teniendo en cuenta que hay que “dar al cónyuge, en el amor, lo que es conyugal, y a Dios lo que es de Dios.” Los cónyuges con su amor no sólo pueden, sino que en mi opinión, deben ayudarse en las relaciones con Dios.

Por eso quisiera terminar ese comentario, con una afirmación atrevida, que espero no sea malinterpretada, y de la que personalmente me siento convencido, a modo de intuición y fe propia.

¿Con quien finalmente vamos a experimentar y compartir la intimidad de nuestro ser día a día en un eterno para siempre? Obviamente dicha persona será nuestro esposo o esposa y por supuesto esa unión incluye el espíritu de Dios que se fundirá con cada pareja en el disfrute de ese matrimonio y amor sexual consagrado. Así se cumple con el propósito original de la creación, por el que estamos destinados a llegar a ser dos en una sola carne. Debido a que Dios no tiene un cuerpo ni brazos para abrazarnos y al igual que nuestra mente es invisible e intangible (aquí o en el mundo espiritual) nuestro esposo o esposa llegarán a ser en su perfeccionamiento progresivo esa imagen visible del Creador Invisible (siempre y cuando el marido y la esposa se esfuercen a nivel individual en unirse a Dios) y se convertirán también en cierto sentido en el rostro de Dios, sus abrazos y su amor llegarán a manifestar la expresión tangible y substancial del abrazo y el amor de Dios.

Jesús González Losada
jegonzal2001@yahoo.es

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